miércoles, 29 de abril de 2015

Cuento: La cajita de la autoestima


Acabo de escribir un pequeño cuento y hoy lo dejo en este blog, adelantando mi regalo del día del niño.

Esta historia está dedicada en principio a toda la gente que pasó por una situación como la de "nuestra persona" y encontró de nuevo su cajita.

En segundo lugar, está dedicada a la gente afortunada que a lo largo de su vida ha tenido su cajita y le ha dado buen uso.

Dedico también esta historia a la gente que perdió su cajita y aún no logra recuperarla y colocarla en un lugar especial en su interior: algunos dicen que está en el alma, otros la colocan en el corazón, algunos en el cerebro...


"Soy un payaso, colecciono momentos."
(Del libro "Memorias de un payaso", de cuyo autor no puedo acordarme)


La cajita de la autoestima

Una persona llegó al mundo hace algunos años, naciendo en una familia que le había estado esperando con ansias y le recibió con mucho amor y cariño, porque habían durado mucho tiempo deseando otro bebé y su deseo se vio cumplido. Así, nuestra persona comenzó a conocer el mundo con el apoyo de sus padres, sus abuelos, sus hermanos y también de algunos tíos y tías. El mundo era muy sencillo entonces y también muy agradable. Como todos los bebés, éste tenía muchas gracias y dones, pero además tenía algo muy especial: una caja muy bonita que a todos tenía encantados. Nadie sabe quién se la dio, si alguien se la hizo especialmente, o si su mamá la tenía desde antes de que su bebé naciera o si algún pariente se la compró de ocurrencia porque la vio y le gustó. El caso es que ahí estaba la cajita y a todos les gustaba, aunque esa pequeña personita todavía no pudiera apreciarla. ¿Les digo un secreto? En realidad todos los que admiraban aquel día a esa personita recién nacida también tenían su propia cajita, pero a muchos se les olvida cuando crecen y por esa razón se maravillan cada vez que ven a alguien recién llegado a este mundo con todo su equipo para la vida, incluyendo su cajita.

Con el tiempo, nuestra persona dejó de ser un bebé para entrar a la infancia, supo que había más casas además de la suya, conoció otros niños y niñas entre los vecinos, los primos y los amigos de la familia. Su mundo se hizo más grande y con frecuencia se descubría disfrutando buenos momentos; cuando esto ocurría, tomaba aquel momento agradable y lo guardaba con cuidado en su cajita, esa que le había gustado tanto a todos el día que nació.

Y el tiempo siguió pasando. Esa persona creció un poco más y entró a una escuela llamada "preescolar", ahí conoció gente que no era familiar ni amiga ni vecina; también conoció más niños, muchos niños que jugaban, brincaban, cantaban, hacían ronda y aprendían. Estando ahí pudo aprender muchas cosas divertidas y entretenidas que tal vez en su casa no hubiera podido aprender, y de nuevo tenía muchos momentos valiosos que guardar en su cajita. Su mundo se hizo más grande.


Con el tiempo, además de ver cómo crecía su cuerpo, fue viendo cómo crecía el número de personas conocidas y la cantidad de cosas que aprendía. La escuela le enseñaba mucho, pero también se daba cuenta que aprendía muchísimo estando con la gente que quería, desde sus abuelos hasta sus amistades, pasando por todas las personas conocidas con las que podía platicar. La escuela le enseñaba ahora cosas que ya no eran tan divertidas, pero sí le parecían muy interesantes. Y platicar con "su gente" era otra experiencia interesante y enriquecedora, casi como ir de exploración a través de las vidas de todas esas personas. Pero la escuela además ofrecía otro atractivo especial, pues ahí estaba descubriendo a sus primeras amistades que además eran confidentes y cómplices. Lo que resultaba de todo esto era un cúmulo de aprendizajes y experiencias gratas, muchas de ellas iban a parar a su cajita, destinada ahora con toda certeza a guardar esos momentos valiosos que aparecían de repente en su vida. 

En algún momento de su historia, no recuerda muy bien cuándo, su vida cambió drásticamente y dejó de vivir en la casa donde había crecido hasta entonces, dejando en el pasado muchos buenos ratos con sus amigos de ese barrio y también con su familia. Aunque continuaría viendo a ambos (sobre todo a la familia), esa sensación de ya no estar tan dentro de ese círculo que sentía tan suyo le dolió y duró mucho tiempo recordando que había dejado a la gente que quería, aunque sus padres estaban muy contentos porque decían que era para mejorar, y que por fin tendrían una casa propia. Tal vez. Pero para nuestra persona, en ese momento era imposible pensar que ganaba algo si se alejaba de la gente que quería. 

El tiempo siguió pasando porque nunca se cansa ni se detiene por nada, por eso es el vehículo que prefieren todos los cambios y transformaciones. Si a alguna transformación se le llegara a olvidar que debe cambiar algo, al tiempo no le ocurrirá eso nunca, por eso hacen buena pareja. Total que con el tiempo la persona de nuestra historia, todavía muy joven, cambió su forma de ver las cosas, aprendió a hacer nuevas amistades y de nuevo descubrió que su mundo se había hecho más grande. Eso le gustó y le animó a seguir adelante.
Nuevos vecinos, nueva escuela, nuevas amistades y nuevos retos para aprender y descubrir fue lo que encontró en su vida y eso le motivaba bastante para mantener viva su curiosidad y seguir ampliando sus horizontes. Le encantaba saber que su mundo siempre podía ser más grande de lo que se había imaginado. En la escuela las clases eran impartidas por varios maestros, uno por cada materia; con las personas ya se interesaba por otras cosas además de la amistad, y sobre todo le empezaban a llamar mucho la atención algunas otras personas muy atractivas que le estaban abriendo la puerta a otro mundo totalmente nuevo de emociones, sensaciones y fantasías. Y precisamente con una de estas personas supo, sin esperarlo, que también tenía su atractivo y que era capaz de despertar esas cosas tan hermosas en alguien más. El día que probó su primer beso le dejó un sabor de esos que se impregnan y no se quitan en varios días, una mezcla de inocencia, morbo, cariño, admiración, entrega, exigencia, duda, dulzura, excitación y muchas, muchas cosas más.

Esta persona tuvo la fortuna de disfrutar el beso de la persona que amaba y eso le llenó de satisfacción y de un orgullo casi infantil, gozoso. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan bien. Recordaba que antes su abuelita le regalaba amor con una generosidad interminable y eso también le daba paz, pero esta vez era distinto. Además su abuelita había fallecido hace poco y con esa pérdida había dejado de recibir sus muestras de amor desinteresado, hasta hoy. Esa noche no podía dormir por la carga tan fuerte de emociones que revoloteaba dentro de su ser; le gustó tanto ese día que le gustaría haberlo conservado para siempre. Y pensando en eso, finalmente, se dejó llevar por el sueño.

El siguiente día inició normal, salió de casa y empezó a hacer sus actividades como siempre lo hacía, pero dentro de su cabeza le daba vueltas el pensamiento de que sería una buena idea poder guardar durante toda su vida los buenos momentos, las cosas importantes que le ocurrían y que recibía durante su vida. Y fue entonces que se acordó, como algo borroso, que antes podía hacerlo. 


Pero no recordaba su cajita, la memoria le entregaba algunas imágenes borrosas y sin forma, y lo que le llegaba con más claridad era la sensación de haber tenido tranquilidad y seguridad en todo lo que resultaba valioso. Pero no alcanzaba a distinguir en qué consistía esa sensación, de dónde provenía. Ni esperanzas de que en esos instantes pudiera recordar aquella cajita donde atesoró tantos momentos, situaciones y vivencias especiales. ¿Es eso posible? ¿Una persona puede perder su cajita así nada más, aunque esté rodeada de amor o de un ambiente saludable? Pues sí, es posible. La cajita es frágil y necesita cuidados; aunque también es posible que la cajita no se pierda sino que solamente se olvide el lugar donde ha sido guardada, y ahí puede quedarse por mucho, mucho tiempo. En cualquier caso, el resultado es el mismo, pues la sensación es la de no tener donde resguardar los momentos valiosos. Es en esos momentos que la familia y los seres queridos comienzan a decir cosas más o menos como estas: “¡Quién sabe qué le pasó!”, “¡Ya no es la persona que conocíamos!”, “¡Cómo que anda en su propio mundo, ni nos hace caso!

Total que por la tarde se decidió a comentar ese punto con su mamá, le platicó que últimamente había tenido algunas experiencias muy gratas y que le preocupaba ver cómo se iban esfumando sin remedio, pues no tenía forma de guardarlas y preservarlas. Tenía fotos, claro. También algunos  videos y cartas con dibujos y adornos o simplemente con anotaciones que servían para la posteridad. Y todo eso ayudaba bastante porque eran una prueba irrefutable de que estaba viviendo y no solo imaginando cosas. Todo eso le servía para tener presentes esos momentos valiosos y le daba alegría, sin embargo sentía que algo se le escapaba, algo más profundo y que no era tan tangible como una foto o una carta.

Su mamá escuchó atentamente y después le dirigió una mirada que le confundió, no sabía si era de complicidad, de preludio a una broma o de comprensión... Entonces ella le preguntó que si era verdad eso de que no tenía dónde atesorar las cosas más valiosas de su vida. Y cuando nuestra persona le confirmó que sí, su cara cambió para adoptar la más sincera forma de la tristeza.


- Tú tenías la más hermosa caja para guardar momentos, ¡y la tenías siempre llena con cosas sorprendentes! ¿De verdad no la encuentras?

Nuestro personaje se sorprendió con esa noticia, y después se alegró, porque si su propia madre sabía eso, significaba que esa caja existía realmente y debía estar por ahí, en algún lugar arrumbada y esperando ser rescatada y utilizada. Ese día terminó bien, estuvieron platicando mucho tiempo de esa cajita y de las cosas que alojó en su interior, y nuestra persona se acostó a descansar sin poder dormir. Saber que contaba con aquella caja le hizo sentir que tenía un don muy especial.

Con el amanecer del nuevo día comenzó su búsqueda, primero en su recámara, después en las de sus hermanos y hermanas, también revisó la de sus padres, la sala, el comedor, el patio, la cocina, la cochera, el baño, la azotea y todos los lugares donde alguna vez puso un pie o una mano, por lo menos. Pero la cajita no apareció. Entonces decidió ampliar su investigación y comenzó a hacer entrevistas a todos los habitantes de su casa. 


Cada vez que preguntaba por su cajita se llenaba de sentimientos encontrados, tanto de tristeza y desesperación como de orgullo y esperanza: ¡Todos habían conocido a su cajita! Incluso algunos le daban detalles de cómo era, cómo la cuidaba y de las cosas que tenía ahí guardadas, pero al final su caja seguía sin aparecer y en toda la gente surgía una pregunta inevitable que le lastimaba mucho: "¿Cómo pudiste perder eso que querías tanto?"

Y el tiempo siguió pasando. Su investigación se extendió de la casa a otros familiares y de ahí hasta las amistades, y así fue pasando revista con primos, tíos, abuelos, cuñados, sobrinos y toda aquella persona que tuviera un vínculo con la familia y que hubiera estado alguna vez en esta casa... pero la cajita seguía extraviada.

Casi todas sus amistades de la infancia le conocieron con su cajita, ahora resultaba que fue una especie de "persona famosa" para casi todos aquellos que le conocieron, precisamente por esa cajita que siempre tenía presente y de la que siempre podía sacar algo que le ayudara, o que ayudara a los demás.


Sus profesores fueron los que menos sabían acerca de esa cajita, con la honrosa excepción de algunas de sus primeras maestras, las de preescolar y primaria, pero tampoco halló nada de cajita revisando sus antiguos salones y escarbando en los patios de cada escuela.

Todo era inútil. Ya no podía recordar cómo era su cajita, sabía que era muy bonita y especial, pero no podía recordar ni siquiera de qué material estaba hecha, cuál era su color ni su tamaño. Además, la sensación que le inspiraba el mero recuerdo de su cajita también se estaba desvaneciendo y pronto se iba a ir a la nada, donde se pierde la mayoría de las ilusiones, sueños, planes, esperanzas y aspiraciones, entre otras cosas valiosas. La nada le daba miedo y su mundo se fue reduciendo, haciéndose cada vez más pequeño.

Indiferente y metódico, el tiempo siguió avanzando y se llevó con él muchas cosas que nuestra persona no quería perder, pero ya lo había hecho y entre más pasaba el tiempo, más nada había en su memoria y en su mente. Aquella sensación de paz y tranquilidad que quería recuperar ya no estaba ni en las cartas ni en las fotos que tenía guardadas. Y sucedió que cuando se acumularon suficientes días, semana y meses, nuestra persona comenzó a dejar que se hospedaran los momentos más desagradables y miserables en su alma.


Al principio no se daba cuenta, después se fue haciendo costumbre y al final se asombraba de cómo habían cambiado las cosas: ¡Antes todo iba bien! ¡Antes veía mejores cosas en su vida y no se había fijado que existían tantas cosas tan dañinas, ni tanta gente capaz de hacer cosas tan inhumanas! Estaba llenando su nada con lo que no le gustaba ni le servía, y se aferraba a ideas y personas que antes nunca hubiera imaginado. 

Dejaba entrar a su ser sensaciones, pensamientos e impulsos que nunca antes habría aceptado.

Por dejar de guardar sus momentos valiosos y agradables, se volvió una compañía indeseable, deprimente y hasta amenazante para los demás (nos da miedo llegar a ser como lo que tememos). Su familia se sentía triste por no poder ayudarle, trataban de demostrarle que podía contar con ellos y que estaban a su lado, pero nuestra personita se iba aislando cada vez más, rechazando incluso las más pequeñas muestras de afecto.


Una tarde nuestra persona se sentó en su cama y estuvo observando todos los rincones de su cuarto. Fotos, muebles, posters, ropa, accesorios, la guitarra que no había soltado ni un sonido en los últimos meses... Le pareció que todo eso tan suyo le era ajeno y sintió cómo le iba invadiendo una tristeza muy grande, hasta que las lágrimas comenzaron a salir de prisa recorriendo sus mejillas y saltando sobre su ropa y su cama. Su mamá se detuvo en la puerta y al observar así a su personita, se contagió y sintió cómo dolía algo en su corazón, así que decidió intentar algo para ayudarle.

En esos casos casi no hay palabras que ayuden, al menos no por sí solas, así que su mamá empezó a decir cosas sin palabras, solo con algunas caricias sinceras sobre la cabeza y el cuerpo de esa personita tan especial. Ese lenguaje universal funcionó, y por lo menos nuestra persona dejó de llorar, no por vergüenza ni por ocultar sus sentimientos, sino porque sintió la compañía real de su madre. Ella le dio un abrazo y así se quedaron por un buen tiempo.

Todavía dentro de ese abrazo, su mamá le pidió permiso para sugerirle algo. Nuestra personita dijo que sí y entonces mamá le preguntó, con ese tono entre inocente y sugestivo que tienen las mamás, si le gustaría conseguir una nueva cajita. Después hubo un largo silencio que la mamá no se atrevía a romper, temerosa de que sus palabras hubieran afectado a esa persona tan querida.


Y así pasó. Nuestra persona se indignó y le pareció que esa idea era una ofensa muy grande aunque viniera de su mamá, ¿cómo se le pudo ocurrir que cualquier otra caja podría sustituir a la suya? ¡La suya era única y nada la podría reemplazar! Aún así, tuvo la suficiente paciencia o cordura para tratar amablemente a su madre y pedirle que saliera. Se quedó de nuevo sobre su cama, en el aislamiento que construyen las personas cuando no quieren aceptarse ni aceptar a los demás. "¡Otra cajita! ¡Vaya solución!".

Los días siguieron pasando, nuestra persona continuaba yendo a estudiar y a su trabajo sin mucho entusiasmo, calcando los días, todos iguales. Sin embargo la idea de su mamá, que al principio le pareció ofensiva y humillante, estuvo revoloteando alrededor de su cabeza durante todos esos días, y cuando encontró la oportunidad, se anidó tranquilamente, acurrucándose en un lugar especial ubicado por ahí entre el cerebro y el corazón, cerca de la boca, desde donde podría expresarse.

"El pájaro rompe el cascarón, el cascarón es el mundo. 
Quien quiera nacer debe destruir un mundo."
(Hermann Hesse)

Solo hacía falta que esa nueva motivación hiciera su nido en el interior todavía fértil y cálido de nuestra persona para que despertaran sus ganas de ser quien quería llegar a ser. Sin darse cuenta, simplemente dejándose ir hacia lo que verdaderamente quería, fue cambiando su forma de ver la vida y comenzó a buscar opciones para conseguir una nueva cajita. Quienes le conocían y le encontraban de nuevo sentían que volvían a conocer a esa persona con la que ya habían convivido, y les daba gusto ver que tenía nuevos planes y charlas, pero sobre todo que ya no escogía aislarse de los demás. Por su parte, nuestra persona no se alcanzaba a dar cuenta que ya no dejaba entrar a su interior las sensaciones, ideas y actitudes que le habían estado ahogando apenas unos días antes. Seguía encaminándose hacia lo que quería y eso era lo que importaba.


La primera en apoyar esta nueva faceta fue su mamá, que sabía de muchos lugares donde podía comprar cajas bonitas y originales. En honor a la verdad, nuestra persona ya sabía que quería una nueva cajita pero no tenía la menor idea de cómo la quería, es decir, de cómo debería ser, así que agarró las sugerencias de su madre y salió a las tiendas a buscar, seguramente alguna de tantas cajas le convencería para quedársela...

A veces con compañía y a veces no, recorrió todos los negocios donde había cajas o donde sospechaba que podría haber. Vio cajas de cartón, de plástico, de madera, de cristal, de metal, de tela, de fibras artesanales, de bordados, de materiales combinados, de todos los colores y formas, chicas, medianas y grandes, con chapa de seguridad, con tapa suelta y con ventanas para ver en su interior, con separaciones, con desniveles y unas como si fueran pasteles de varios pisos... Pero ninguna le llenaba el ojo. Y no es que fueran feas o desagradables, nada de eso. Tampoco era porque no fueran prácticas, la mayoría lo eran, pero algo les faltaba, por más hermosas u originales que lucieran, cada una tenía un pero o una limitante.

Y de nuevo el tiempo silencioso y omnipresente hizo sentir su paso. Todo el entusiasmo por aquella nueva cajita se iba desvaneciendo y pasando al fondo de la vida, como los colores que se difuminan en una pintura, como los días que se extinguen lentamente mientras la boca de la noche devora sus luces.


La gente que conocía y apreciaba a nuestra persona se preocupó, mientras más días pasaban más decaía su ánimo y temían, con razón, que se volviera a entregar a las actitudes que le dañaban y también lastimaban a la gente que le quería. Todo su amor se había concentrado en conseguir aquella cajita que no llegaba, y es bien sabido que cuando el amor no tiene sentido, se va convirtiendo en rencor y resentimiento. 

Pero esta vez no ocurrió así. Curiosamente no perdió del todo su amor como la ocasión anterior, todavía le quedaba fuerza creativa en su interior, aunque no era suficiente y lentamente se iba dejando llevar por la inercia de la rutina sin más impulso para actuar. Aún así, el amor le hizo descubrir una fuerza nacida en su interior que le ayudó a resistir la tentación de rendirse de nuevo. Sobre todo, fue capaz de vencer la adicción de recibir sus dosis diarias de autocompasión y tristeza a las que antes se había acostumbrado.

Pero los colores que antes alegraban sus días se habían ido y ahora casi todo lucía un tono gris indiferente, por el cual se desplazaba para cumplir sus deberes… así transcurrieron varios días más. Discretamente, sin atreverse a decírselo a nadie por miedo al fracaso, nuestra persona seguía alimentando el sueño de volver a tener una cajita, y de esa secreta esperanza nacía el impulso de su amor a la vida.


Como suele ocurrir, sobre todo cuando la gente está activa, un día nuestra persona hizo un gran descubrimiento en una sencilla tienda de curiosidades, ubicada al lado de una pequeña fonda a la que fue a comer con algunos compañeros. Ya había comido en ese lugar algunas veces antes y nunca había visto ese negocio, pero ahora estaban todos ahí curioseando y explorando un mundo de artículos interesantes.

Arrinconada en un mostrador, bajo una especie de saco militar, había una cajita que a nuestra persona le pareció muy simpática, aunque no tenía ningún adorno pero su forma, su tamaño, la textura de su superficie, su tapa y todo lo que iba descubriendo en ella le parecía muy agradable, todo hacía juego y mantenía el mismo estilo, en cada centímetro de esa cajita se percibía la misma sensación. 

Sin pensarlo más preguntó a la dueña del local el precio de aquella cajita y para su mayor sorpresa se la regaló, diciendo que en realidad no sabía qué hacer con ella. Pero nuestra persona sí sabía y esa misma tarde, de regreso a casa, pasó por algunas mercerías y papelerías a comprar los materiales que le permitirían hacer de esa cajita que de por sí le gustaba mucho, algo mucho mejor.


El resto de la tarde y buena parte de la noche lo dedicó nuestra persona a darle más vida a su caja, a personalizarla y resaltar esas cualidades que le vio en la tienda desde que la encontró medio escondida, coqueteándole en el mostrador. Eso de las manualidades nunca se le había dado muy bien pero ahorita eso no importaba, tenía muy clara la idea de cómo debería ser su cajita y aprovechaba al máximo su tiempo decorándola y manipulando sus materiales.

Estaba muy avanzada la noche cuando terminó y echó una mirada de satisfacción a su obra: quedó perfecta. Le gustó mucho y ya sabía cuál sería su lugar dentro de su habitación, así que limpió con cuidado el mueble que le serviría de soporte y la colocó encima con cuidado. Se alejó un poco para apreciarla completa y le gustó mucho más. Se acercó nuevamente disfrutando su belleza y sus acabados, y enseguida levantó la tapa para observar su interior... pero lo encontró tan vacío, con tanto espacio sin usar y tan acogedor, que de nuevo le invadió una tristeza muy grande, se le revolvió el estomago y comenzó a llorar en silencio, aunque cuidando que sus lágrimas no cayeran dentro de su cajita vacía. La impresión de ver así a su cajita le hizo sentir de nuevo a la nada amenazando su vida, y si algo le daba miedo era precisamente esa sensación angustiante y abrumadora. La nada le quita el sentido a todo.

Detenida en la puerta, su madre observó toda la escena. Desde que dejó de escuchar ruidos en el cuarto de su personita se había acercado para ver cómo quedó su cajita terminada, y efectivamente fue la primera en verla, y también vio el efecto que le causaba el hecho de tener un recipiente tan hermoso sin ningún contenido. No supo qué decir, era otra de esas ocasiones en que ninguna palabra puede explicar sentimientos tan graves y profundos, solamente se acercó y abrazó a su personita con todo su amor de madre, sintió su cuerpo temblar, dejó que llorara en su hombro y después de un rato se separaron, tocó la cajita y felicitó de corazón a quien apenas la había terminado de hacer.


- ¡Es la caja más bonita que he visto! Y lo mejor de todo es que la has hecho con tus manos, como querías. Estoy segura que siempre tendrás momentos valiosos qué guardar aquí.

Le dijo que se sentía muy orgullosa de ser su mamá, le dio un nuevo abrazo y al final, con ternura de madre, le dio un beso en la mejilla y se retiró del cuarto. Nuestra persona se quedó un rato repasando la sensación que le había dejado esa breve visita, después tomó el beso, el abrazo y todo ese momento y lo colocó cuidadosamente en su cajita: Ya no estaba vacía, y de ahí en adelante seguiría teniendo algo en su interior. Curiosamente, su mundo se fue haciendo más grande otra vez y así continúa hasta estos días.

Nuestra persona siguió creciendo, aprendiendo y conociendo. De vez en cuando revisa su cajita porque hay cosas que son muy valiosas en un momento y después se deben dejar ir para que llegue algo nuevo, así pasa por ejemplo con las creencias y los juicios sobre las personas: Si eso no cambiara se echaría a perder todo lo demás que hay en su cajita, y no podría aprender más. Dónde quiera que esté ahora, está bien.

- Fin -

Con el tiempo, que siempre sigue pasando, tal vez cada uno de nosotros descubra su propia cajita y la use. Mi sincero deseo es que ya tengas una y ahí estés guardando las cosas valiosas que pasan por tu vida.


La gente que pierde su cajita y se olvida de ella deja de apreciar lo valioso de su vida y eso es muy peligroso: Si su propia vida no es valiosa, menos lo será la de los demás...

Hasta luego.

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