lunes, 11 de julio de 2011

Y ¿qué es un psicoterapeuta?

Cada vez que uno habla de un psicólogo o psicoterapeuta, tiene que saber también qué clase de profesional es: Los hay psicoanalistas, gestaltistas, conductistas, sistémicos, cognitivos, familiares, de pareja, infantiles, hipnoterapeutas, ludoterapeutas y una larga lista de etecés. Y es cierto: al referirse a un terapeuta no sabemos a ciencia cierta de qué nos están hablando, a qué se dedica realmente esa persona.

Cuando entré a estudiar la licenciatura en la UdeG tuve la fortuna de contar con buenos maestros que enseñaban de maravilla las teorías que explican la personalidad, así conocí el yo, el ello y el súper yo, conocí el consciente y el inconsciente y otro montón de cosas que me ayudaron a hacerme una idea de cómo estamos formados en esa parte que nadie puede ver ni tocar, pero que es supuestamente sobre la que debemos actuar. Hasta ahí, en los primeros semestres de la carrera, todo iba bien.

Después empezamos a cursar las materias prácticas con niños que sufrían alguna limitante en su desarrollo y en ese momento de nada nos sirvió la teoría que habíamos visto, así que empezamos a revisar todo lo que les ocurría a los pequeños desde un punto de vista más físico, desde un campo de acción que se llama fisiología y ahora parecía que toda la vida psíquica y las reacciones emocionales obedecían a causas casi mecánicas del organismo, me parecía una postura menos humanista que la teoría revisada anteriormente, pero funcionaba mejor para tratar de hacer más independientes a los chicos que acudían a la clínica de la Universidad.

Pasada esa etapa, entramos a la psicología de la educación, con otro montón de teorías distintas como las etapas de desarrollo de un tal jean Piaget y el desarrollo de las habilidades cognitivas que planteaba un tal Vigotsky, ambas teorías interesantes, convincentes y también muy lejanas de aquellos rollos psicoanalíticos que hacían ver tan bonita la estructura de la personalidad. Había mucho otros teóricos que se salían de las cuestiones clínicas y entraban más de lleno en la esfera de la pedagogía, la sociología y las relaciones de enseñanza-aprendizaje, y funcionaban bastante bien para los fines que persigue la psicología del aprendizaje.

Después vinieron las prácticas en hospitales psiquiátricos, el acercamiento a personas con esquizofrenia, psicosis, autismo y otras enfermedades que me ponían a pensar seriamente si de verdad quería dedicarme a esto de la psicología. En estos casos tampoco funcionaba mucho la teoría de la personalidad de Freud. Recuerdo que nos dedicábamos a hacer largas descripciones de los rasgos de conducta más visibles en los pacientes y después comparábamos con lo que decía el DSM-III, última versión del catálogo de enfermedades mentales en aquellos días. Dicho sea de paso, tampoco este manual tenía un origen claro, pues lo elaboraron los médicos psiquiatras y decían que lo debíamos seguir los psicoterapeutas. Y tampoco se interesaba mucho en los oscuros misterios del yo, el ello y todos aquellos entes de las más profundas personalidades, era una cuestión descriptiva que remitía a etiquetas predefinidas, y cada etiqueta sugería algunas acciones y medicamentos útiles para los síntomas.

Cuando llegó el gran momento de empezar a atender pacientes que asistían por su propia voluntad coincidió que yo estaba asesorado por 3 excelentes terapeutas: Sandra Sarmiento, una terapeuta de enfoque familiar sistémico (su forma de explicar la terapia partía de teorías basadas en los enfoques físicos de la teoría de sistemas), Ceci Álvarez, terapeuta 100% gestalt (esa teoría del aquí y ahora: actuar con lo que resulta importante para el paciente en el presente, sin durar mucho tiempo escarbando en el pasado) y por Javier Castañeda, un señor que dice ser gestalt pero que incorpora a su terapia todos los enfoques que le puedan ser útiles, incluyendo aspectos chamánicos. Además de ellos, tenía a mis tutores de la Universidad, que no se esforzaban nada por mantener un mismo enfoque teórico entre ellos, lo que representaba el problema de explicar lo que hacía con mis pacientes de acuerdo a distintas teorías, y eso equivalía casi a contar una misma historia en 2 o 3 idiomas distintos.

En esos días no alcanzaba a explicármelo, pero en realidad escogía a qué terapeuta iba a recurrir para que me retrolalimentara, dependiendo de la problemática que tuviera mi paciente, pues una sola teoría no bastaba para explicarme lo que pasaba en la personalidad de quien acudía a mí, y un solo método de trabajo tampoco parecía ser una opción muy eficaz. La única honrosa excepción es Javier Castañeda, tipo demasiado abierto como para rechazar un enfoque, cualquiera que sea, si ve que le puede resultar útil para ayudar a sus pacientes.

Y ahora, con el paso del tiempo, la oferta terapéutica se ha vuelto cada vez más variada, me han buscado personas que buscan constelaciones familiares con muñequitos, otras quieren ludoterapias para niños pero que no sean muy agresivas, hay quien pide hipnosis para resolver rápidamente bronconones que deben implicar esfuerzo personal, o solamente una interpretación de personalidad según el eneagrama y un sinfín de cosas más.

Ante esta gran variedad de enfoques y teorías, veo dos verdades muy reales: Es muy difícil que un terapeuta conozca todas las teorías existentes en la actualidad, y aún si domina las teorías, necesita conocer otros mecanismos prácticos para poder actuar en la terapia y provocar cambios, que en realidad es lo que necesitan los pacientes.

En algún momento de mi vida decidí "especializarme" en terapia gestalt y entré a estudiar esa maestría. ¡Oh, sorpresa! Salí conociendo aún más enfoques terapéuticos de los que vi en la licenciatura.

¿Debemos volvernos todólogos? ¿Debemos conocer el último grito de la moda en terapias alternativas, para darle gusto a los clientes conocedores o para apantallar a los clientes recién llegados al medio de la salud emocional? Mi respuesta es NO.

NO: La personalidad humana es bastante compleja y por ello existen distintas teorías, cada una de ellas dirigida a explicar un problema o situación específica (a explicarlo, no siempre la teoría dice cómo solucionarlo). La ética debería obligar al terapeuta a reconocer su campo de acción en vez de convertirse en un eterno explorador de nuevas rutas de experimentación en los terrenos de la terapia. La ética debería poner un límite al ego que dice "sí puedo" aún sin conocer las técnicas precisas. Pero la ética es una cuestión personal y debe vencer a la tentación de influir sobre esa persona que viene a pedir nuestra ayuda pensando que un terapeuta debe "saber de todo" en cuestiones de salud emocional, equilibrio mental y relaciones humanas.

En mi caso trato de ser ético y ofrecer únicamente lo que sé a la gente que se acerca a pedirme apoyo, pero ofrecerlo al 100%. Nada más necesito eso y estar seguro de que mis pacientes quieren ayudarse a ser mejores personas. La teoría y la técnica saldrán de acuerdo a lo que se requiera trabajar.

Hasta luego.

2 comentarios:

  1. Es verdad, ante todo el terapeuta es un ser humano, tan imperfecto como el que va a consulta, pero esa imperfección no es algo malo, sino una oportunidad de seguir creciendo.

    Saludos

    ResponderEliminar
  2. Hola chapoteadora, gracias por comentar y ya sabes que coincido contigo, colega. El punto es que no me gustaría acabar siendo simplemente un coleccionista de técnicas, métodos y teorías, creo que eso podría irme distanciando de mi interés por la persona que llegó a pedir ayuda a mi consultorio. En fin, te mando un abrazo y un saludo para todos los chapoteadores que hay a tu alrededor.

    ResponderEliminar

¿Quieres comentar?: